Esa es la clave de la felicidad de tu paladar migrante. Baja tus expectativas.

Ahora sí podemos decir que conocemos MUCHOS mexicanos viviendo en el extranjero, y con todos ellos hemos confirmado científicamente que la comida es lo que más extrañan junto con sus familiares. El no tener acceso a un taco decente y a una salsa que pique lo suficiente, ocasiona una especie de depresión en el rincón gastronómico del corazón.

Algunos (muy pocos) lo superan después de un tiempo, otros buscan interminablemente productos e ingredientes en sus nuevos países para aminorar esa falta. Por supuesto, para el caso de estos segundos: ¡bendita globalización que ya permite encontrar tortillas y salsa La Costeña de perdis!

Sin embargo, no todos se conforman con lo que encuentran, simplemente porque no sabe igual. Aquí en Toronto, por ejemplo, toda tortilla de maíz tiene un saborcito dulce que te recuerda que no es de deveras . Las salsas que encuentras, o no pican tanto o también resultan medio dulces ¡¿porrrrr?!… Misterio sin resolver aún.

Así que después de varias decepciones, no es raro encontrar aventurados que preparan su propia salsa o tortillas. Llaman a su mamá, o buscan en YouTube, o se ponen creativos con los insumos que hay en las tiendas locales.

No siempre salen triunfantes de tal hazaña, pero lo que no falla, es que al final su espíritu mexa se fortalece: “Nada como la salsa de los tacos de El Paisa de la esquina de mi casa, ufff y los de suadero, nonono ¡qué cosa!”. Ese dichoso Paisa pasa a ser un semidios.

Así las cosas. Todo aquel que se va de México, termina glorificando aún más los sabores de la tierra que nos vio nacer. Y eso también está comprobado científicamente.

(*publica esta entrada, cierra la computadora, abre su refri y llora*)